Fernando Mattos
Ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca Uruguay
Presidente de la Junta Interamericana de Agricultura (JIA)
Manuel Otero
Director General del Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA)
La región Centro-Oeste de Brasil, que alberga importantes biomas como el Cerrado, el Pantanal y una parte de la Amazonia, hospedó recientemente la reunión del Grupo de Trabajo de Agricultura del G20, que concluyó con una histórica declaración de consenso.
El encuentro fue organizado por la Presidencia del G20, este año a cargo de Brasil, y tocó al ministro de Agricultura y Ganadería del país anfitrión, Carlos Fávaro, conducir sensibles negociaciones que llevaron a 23 ministros y representantes de casi 50 países a aprobar una declaración comprometida con una agricultura sostenible, en la que se reconoció que los cambios en el clima llegaron para quedarse y que éstos son cada vez más intensos, por lo que resulta necesario actuar de forma concreta para enfrentar la nueva realidad.
Esto significa, según el consenso del Grupo, que la agricultura debe ser transformada para enfrentar las consecuencias aceleradas que provoca el cambio climático y las crecientes tasas de inseguridad alimentaria global. Y, también, que las prácticas agrícolas sostenibles son esenciales para mitigar esos efectos y garantizar una nutrición adecuada para todos.
Otros compromisos, que serán incorporados a la declaración de los Jefes de Estado y de Gobierno del G20 que se reunirán en noviembre en Río de Janeiro, son los relacionados a la extinción del hambre y a la inclusión social, con la creación de oportunidades económicas para pequeños productores y otras comunidades vulnerables.
El Grupo de Trabajo, además, se pronunció sobre la necesidad de recuperar pasturas degradadas y de adoptar medidas para integrarlas a las prácticas agrícolas sostenibles, como el uso de bioinsumos y tecnologías, y destacó la importancia del comercio local e internacional en la distribución de alimentos para apoyar el desarrollo económico sostenible, especialmente de los países emergentes.
La definición del rumbo que debemos dar a la transformación de los sistemas agroalimentarios se tomó en el mejor lugar posible y en el momento adecuado, en pleno contacto con los nuevos escenarios climáticos a los que se enfrenta la producción agropecuaria.
Mato Grosso y gran parte de la región Centro-Oeste brasileña –clave para los cultivos de granos de Brasil y la oferta mundial- soportó en este invierno austral (y en parte de la actual primavera) casi 160 días sin lluvias, uno de los mayores períodos sin precipitaciones de la historia, llevando humedad del aire a niveles críticos.
Esa situación, que se repite en otros lugares del planeta, se retroalimenta. Tenemos aproximadamente un tercio de los suelos del planeta degradados. Unas 200 millones de personas han sido víctimas de desastres naturales en los últimas dos décadas, lo que incluye inundaciones, sequías extremas y otros fenómenos meteorológicos cada vez más intensos, con sus efectos negativos en el agro que luego se convierten en shocks sociales, políticos y económicos. Otras 215 millones de personas serán en los próximos años migrantes climáticos.
En este contexto, los retos que enfrenta la agricultura se acrecientan.
A las demandas de seguridad alimentaria y nutricional, inocuidad, desarrollo rural y territorial y sostenibilidad se han sumado temáticas como la seguridad energética.
Para hacer frente a esos desafíos, y cumplir con las directrices trazadas por los ministros del G20 en Mato Grosso, es imprescindible construir y acelerar esa agenda de transformación.
La nueva frontera de la ciencia, la tecnología y la innovación es la que ofrece oportunidades para una verdadera transformación de los sistemas agroalimentarios, que nos prepare y nos permita producir en ambientes verdaderamente imposibles.
Es el camino a seguir para dar solidez a esa agenda, a través de la biofortificación y nutrición, la biología sintética, la agricultura digital, los biocombustibles, la biotecnología, la edición génica y la salud de los suelos, de forma de trazar un rumbo de eficiencia, sostenibilidad, restauración, descarbonización y aprovechamiento de la biodiversidad y la naturaleza.
Debemos, también, proyectar la nueva generación de políticas públicas para el sector, internalizando definitivamente la visión ambiental, ya que las transformaciones que se producirán en el agro en el próximo cuarto de siglo serán más importantes que toda la evolución que tuvo la agricultura en los últimos 10.000 años.
La estructuración rápida y efectiva de esta agenda es co-responsabilidad de gobiernos, sector privado, la academia, la cooperación técnica internacional, los entes de financiamiento y la sociedad civil, de modo de obtener resultados en el enfrentamiento al cambio climático y en la mitigación, y superar la crisis multidimensional que éste provoca.
El futuro no es aleatorio. Su diseño depende de nuestras decisiones.
Es tiempo de producir con un enfoque adecuado, que permita satisfacer las necesidades actuales sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones de atender las suyas.